Saturday 30 July 2011

momentos

Nunca me han gustado las normas, y por eso creo que no conecto con el concepto de meditar, veinte minutos dos veces al día, antes de acostarse y al levantarse, espalda recta, piernas cruzadas, vacía la mente, no pienses, cuenta las respiraciones, respira con la tripa, no con el pecho, deja los pensamientos irse, cuidado... ¿apareció un pensamiento?... no te quedes con él, que se vaya, que se vaya, concentrate en la respiración, cuenta, cuenta... lo intenté, lo he intentado, dejé de intentarlo y no se si algún día lo intentaré, pero soy incapaz de ver el vacío por más de unos pocos segundos, las normas no valen para todos.
 
Nunca me ha gustado estar sentado, y cuando lo hago soy incapaz de mantener la espalda recta. Si, me gusta levantarme, me gusta el movimiento, me gusta ver el mundo desde diferentes puntos de vista, lo que me resulta más fácil moviéndome.

Y como buen amante del movimiento tuve y tengo con él algunos affairs, vamos a llamarlos, por su fugacidad, momentos. A veces soy capaz de pasar lo que me imagino que serán minutos mirando el movimiento de las hojas de los arboles, y soy capaz de estar allí con ellas y en ningún otro sitio más, sin necesidad de contar, ni de espantar a los pensamientos, ni de tener la espalda recta. A veces soy capaz de de ir andando y ser consciente de que el mundo de mueve mi alrededor, de que los objetos se acercan o se alejan dependiendo de mi movimiento, que lo antes era pequeño ahora es grande, y que lo grande se converte en pequeño, me fascina la perspectiva, siempre me ha fascinado. Y lo mejor es que el mundo se pierde por momentos, o que los momentos se pierden en el mundo, consciencia, insconciencia, realidad, ficción... nada importa, solo importa estar ahí, en el momento, el momento, y perderse.

Pero los momentos son caprichosos, odian que les pregunten cuando les van a volver a ver. Hace unos días me encontraba intentado retratar el reflejo del cielo en un arroyo de montaña cuando me encontré con uno. Nos habíamos encontrado con anterioridad por allí, pero fue la primera vez que fotografiabamos juntos. Nos sorprendimos al ver como en el mismo encuadre existian diferentes realidades, enfocamos el fondo del arroyo y aparecieron sus redondeadas piedras, sus hojas muertas, su tierra lavada, enfocamos el agua y aparecieron el azul del cielo, la mirada cómplice de los arboles vecinos. Nos quedamos fascinados con el azul, con los ocres, con los brillos del agua, con el baile de las hojas muertas, con la sonrisa de los arboles... fue tal la fascinación que nos fundimos con todo, o todo se fundió en nosotros. Y como no le gusta quedarse a dormir, se fue como habia llegado. Y yo volví a encontrarme en el mismo lugar, sin ser consciente de cuanto tiempo había pasado, con los arboles, con las piedras,con el agua, con el cielo, pero sin él. Lo único que me queda es su recuerdo y unas pocas fotografías incapaces de expresar lo vivido.